El gran perdedor es Aníbal
Lunes, 15 de mayo de 2006
Ismael Fernández
Periodista
Todos perdimos durante las últimas dos semanas. Perdieron los 95,000 trabajadores del gobierno y sus familiares. Perdieron los maestros y los estudiantes a quienes el Gobierno les cerró las escuelas y echó a los conserjes y empleados de comedores escolares a la calle; perdió el comercio, particularmente los pequeños comerciantes; perdió el clima de inversiones y se debilitó la confianza del país en general en sus gobernantes y en sus instituciones.
Perdimos el crédito, al punto que nuestros bonos se cotizan como chatarra con el agravante de cuantiosos fondos adicionales en intereses más altos por futuros préstamos para obra pública. Y suma y sigue.
Pero el gran perdedor de la jornada es el gobernador Aníbal Acevedo Vilá. Innegablemente perdió más que nadie.
Aníbal se la jugó fría; se corrió un riesgo calculado, pensando que podía salir bien de la crisis. Jugó y perdió; se arriesgó y el resultado fue el descalabro total. Pensó que podía desacreditar a los demás y terminó desplumado. Había calculado que podía superar la crisis y recuperar el rumbo perdido, pero la crisis empeoró, y protegido por las paredes de Fortaleza admitió el fracaso y tuvo que pedir auxilio para salir del atolladero.
Vino en su auxilio la voz de la religión. Respondieron tres líderes religiosos inexpugnables con la fe y esperanza del resto del país, para actuar como mediadores y buscar una salida airosa al cierre que él, Aníbal, había decretado en un momento de capricho y soberbia, creyendo que podía engañar a todos los gobernados. ¿De quién fue la idea? ¿A quién se le ocurrió la fórmula? Es la primera vez en nuestra historia que el gobierno tiene que pedir, recibir y acatar decisiones de cómo gobernar porque los que tienen esa encomienda están con al agua al cuello y no saben cómo salir a salvo.
Designaron un grupo de trabajo de tres técnicos, uno por Fortaleza, otro por la Cámara y otro por el Senado. Cada cual con plena confianza de su representado, y en 48 horas produjeron la solución. Trabajaron en secreto, sin mucha algarabía y estaba entendido que lo que ellos resolvieran sería lo que se iba a hacer, sin cambios ni enmiendas que ellos no autorizaran. Y rindieron su informe, que se dio a conocer, pero sin detalles ni secretos. La solución no era difícil, pero faltaba creatividad y conocimiento de qué hacer y cómo hacerlo.
Aunque no se habla de ganadores ni perdedores, parece que sólo hubo un gran ganador: el pueblo de Puerto Rico, que sale de la crisis en que lo había metido el Gobernador, y al otro lado, el perdedor, el gran perdedor, el Gobernador que ordenó y provocó el cierre y creó la crisis sin precedente en el Gobierno.
Pero el perdedor a quien se señala por deducción porque aunque los que estaban en el ojo de la cosa, conocedores de las interioridades, saben que Aníbal no tendrá el 7 por ciento de impuesto sobre venta que fue su obsesión, ni recibirá el préstamo por la libre, para gastarlo a su gusto. Además, tendrá que someterse a un régimen de economía y austeridad gubernamental por varios millones anualmente.
Quedó probado que Aníbal acumuló un déficit de casi ochocientos millones de dólares en su primer año completo en Fortaleza, que se cumple el 30 de junio próximo, y en los sucesivos tres años, si no sale antes de la gobernación, no puede gastar sobre las asignaciones presupuestarias.
Ese es un gran problema para Aníbal, porque su insistencia en un 7 por ciento sobre ventas le produciría un río de dinero. Y con muchos chavos a su disposición, a cualquiera, aun al peor administrador, le sería fácil gobernar.
Otro indicio que señala a Aníbal como el gran perdedor es que a última hora no quería que se aprobara el informe del grupo de técnicos y pretendió hacerle enmiendas. Pero el compromiso de un documento intocable prevaleció.
Todavía está por verse cuál será el porcentaje del próximo impuesto sobre ventas a ser aprobado, pero no será el 7 que estaba pidiendo Aníbal. Está decidido.
A mi entender el presidente interino del Banco Gubernamental de Fomento, Alfredo Salazar, salió mal parado de la crisis, con su credibilidad por el piso, debido al papel de alzacola de Aníbal que es el que hizo siempre. Lo mismo puede decirse del secretario de Hacienda, un joven de escasa experiencia en el servicio público, que dejó mucho que desear por la forma en que maneja las estadísticas de ingresos y egresos del Departamento, prestándose a las manipulaciones de Fortaleza. La alta dirección de la Asociación de Empleados del ELA puede tildarse de colaboracionista del Gobernador, rascándole la espalda para fines de imagen pública y utilizando para ello fondos de la asociación de la que son parte empleados afiliados a todos los partidos y no afiliados también.
Hay que hacer estos señalamientos porque en situaciones como la que ha sufrido Puerto Rico, los gobernantes incurren en excesos y abusos de confianza que no se pueden pasar por alto.
Lo menos que puede ocurrir en el futuro inmediato y a mediano plazo es que Aníbal haya aprendido la lección y tome nota que gobernar por decreto para soslayar la Legislatura y someter al país a decisiones unipersonales es un rumbo equivocado. Y dañino para el bienestar común.
Al final de estas escasas notas discordantes, pero por finales no menos preocupantes, hay que mencionar la aparición en el ambiente de un pichón de comunista de nombre Rafael Feliciano, presidente de la Federación de Maestros, una organización de profesionales que merecen mejor suerte que una presidencia manchada por el odio y la truculencia de un agitador sin escrúpulos e irresponsable.
Pongan oídos los maestros federacionistas, y si la claque de encapuchados que acompaña a este aspirante a fidelista prevalece a cualquier precio, siempre hay en el magisterio alternativas con seriedad y actitudes de respeto que ofrecen mejor compañía y liderato más responsable y digno.
5/15/2006
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